Recientemente tuve un sueño en el que acudía a una amiga que es médico. Luego de hacerme un test me diagnosticó «exceso de dominio propio». Me desperté buscando una respuesta de Dios. ¿No es el dominio propio un fruto del Espíritu Santo? ¿Por qué en mi sueño parecía algo no tan bueno?
La respuesta de Dios fue clara: «en tus fuerzas, es control». El dominio propio es algo que realmente va más allá de la voluntad humana. Es el resultado de la obra del Espíritu Santo en nosotros, de cuando le abrimos nuestra vida y nos mostramos transparentes con nuestras luchas, defectos y problemas. A veces, nos controlamos tanto para hacer como para no hacer cosas con tal de agradar a Dios, pero al final nos sentimos cansados, agotados y algunos se rinden y desisten.
Cuando vamos a Dios con humildad a presentarle nuestras luchas, él no solo nos capacita sobrenaturalmente sino que nos limpia de tal manera que eso con lo que luchamos, desaparece y es entonces cuando él se lleva la gloria, porque no es un resultado de un esfuerzo humano sino de su gracia y misericordia actuando en nosotros. Es allí cuando somos conscientes de que él nos ha transformado.
¿Y mientras qué podemos hacer? Pues, amar a Dios más de lo que nos amamos a nosotros mismos.
La mayoría de nuestras luchas son por amor a nosotros mismos, a los placeres, a la seguridad, a la comodidad… a tener el control.
Cuando pones tu mirada en Dios, en hallar placer en él, eso que le agrada a tu cuerpo y a tu alma y que desagrada a Dios, pasa a un segundo plano. No te esfuerzas en ser santo por ti o para sentirte digno, sino que buscas, por amor, agradarlo a él.
Cuando hacemos las cosas en nuestras fuerzas estamos poniendo la mirada en nosotros y orgullo y el control se desatan. Cuando miramos a Dios él nos llena, nos transforma y desaparece de nuestra vida todo lo que causa estorbo.
Necesitamos estar seguros de su amor, de que él nos lleva de su mano. No es lo mismo caminar solos tratando de ser perfectos a caminar guiados por él, tomados de su mano. El esfuerzo que haces en tus fuerzas se multiplica por cero (0) y cansa, el esfuerzo que hacemos junto a Jesús se multiplica (así como los panes y los peces) y él renueva nuestras fuerzas.
Hoy dile a Dios: «Señor, ¿cuál es esa área en la que quieres que trabajemos juntos? ¿Cómo debo hacerlo? ¿Qué instrucciones debo seguir? Dame fuerzas y voluntad para hacer mi parte mientras tú transformas mi vida».
Es lindo saber que la carga que Dios nos da es ligera, que sus mandatos no son difíciles:
«Este mandamiento que hoy les doy no es demasiado difícil para ustedes, ni está fuera de su alcance… está muy cerca de ustedes, está en sus labios y pensamientos para que puedan cumplirlos» (Deuteronomio 30:11,14).
Él lo ha dispuesto todo, él ha preparado el banquete para sus hijos y está listo para tomar el peso de nuestra espalda y dejarnos su equipaje liviano. Tomará tu mano y te dirá: «este es el camino por el que debes andar» (Isaías 30:21).
Somos santificados… no por nuestro esfuerzo, sino mediante la fe (confianza) en su gracia santificadora».*
¡Extiende tu mano y déjate guiar!
*Frase tomada de Santidad de Nancy Leigh DeMoss
